domingo, 7 de junio de 2009

EL LUNAR

"El lunar es el punto final del poema de la belleza"-Ramón Gomez de la Serna
El baño estaba compartimentado. Por un lado el inodoro con el bidet, por el otro la ducha; en el medio la pileta para lavarse las manos. Salió del primer sector con un pequeño malestar que iba desde su pecho hasta su estómago; había bebido bastante y no estaba acostumbrado. Miró sus ojos en el espejo, los notó algo irritados. Se lavó los dientes pausadamente dedicándole tiempo y esmero a cada una de sus muelas y demás piezas dentarias. Frotó sus encías, pasó el cepillo por su lengua. Le sonrió al espejo y apagó la luz.
Abrió con suavidad la puerta que comunicaba a la habitación. Sus movimientos eran lentos y silenciosos, ella dormía. No encendió la luz pero algunos rayos de sol se filtraban por la parte superior de la ventana. A primera vista no supo donde se encontraba, no era su casa ni la de ella, la decoración típica, la existencia desmesurada de espejos le indicó la clase de lugar. Se despeinó como solía hacer instintivamente cuando estaba confundido.
Enseguida encontró su forma. Estaba acostada utilizando la totalidad de la cama. Si bien era menuda, había logrado la diagonal exacta para no dejar ningún lugar libre. La sábana blanca se apoyaba sobre su cuerpo desde el cuello hasta los pies y se pegaba a su figura resaltando esas mismas partes que él había acariciado toda la noche. Sonrió.
Es muy linda, demasiado linda para mi. Esos pechos, ese cabello, esos ojos. Sus manos, sus pies, sus labios. La perfección existe, pensó. Apoyó sus rodillas a cada lado de su cuerpo, sus codos y antebrazos rozaron apenas su pelo y se ubicaron cerca de las orejas. Bajó levemente su torso hasta tocarla y atraparla.
Cerca pudo ver cada uno de sus lunares; mientras ella hacía esfuerzos por despertarse eligió uno, del lado izquierdo de su cuello, oculto donde concluía la barbilla, pequeño. Lo besó. Ella abrió los ojos con alguna dificultad, arqueó su cuerpo y quebró la atmósfera sublime en la cual él flotaba desde hacía unos minutos: “Ahhhh, ¡que fiaca!”.
Él se apoyó sobres sus rodillas, levantó los codos y sujetó aquellas mejillas que había analizado en detalle cuidando no tocar los largos aros en forma de tumi; quiso trasmitirle calor, contención, amor. Le preguntó: “¿Estás bien?” Quiso expresarle: ¿Dormiste bien, te sentiste bien conmigo, te gusta despertarte y ver mis ojos, sentís esa energía que yo siento?
Ella sonrió, su mirada se iluminó. Ladeó su cabeza intentando atrapar la mano que la acariciaba, volvió a cerrar los ojos sin dejar de sonreír. Inspiró, exhaló. Él pudo sentir esos movimientos de su pecho. Retrocedió el cuerpo y apoyó su cabeza buscando oír el corazón de su amada. Esperó el tic-tac. Ubicó una oreja en el centro para evitar errores, quiso escuchar lo que tenía para decirle el órgano simbólico, imaginó un largo discurso.
Abrió los ojos, cambió de oreja, temió haber quedado sordo, el silencio era total. Estiró su mano buscando el ángulo que se encuentra debajo de la barbilla que comunica el cuello con la cabeza. Se estremeció. Estaba helada.
Saltó de la cama. El frío, el blanco, la tiesura, la ausencia, el terror, lo invadieron. Gritó pero no pudo escuchar sonido alguno. Cerró los ojos esperando despertar velozmente de la pesadilla.
Corrió al baño en busca de un espejo, lo encontró pero no pudo hallar su reflejo, abrió la canilla, arrojó agua sobre su cara pero no sintió que lo mojara. Comenzó a intuir que le bajaba la presión. Su corazón empezó a latir rápidamente, tomó su cara con sus manos, supo que su vida terminaría allí, que moriría igual que su abuelo, que su padre, que su tío, que el corazón le jugaría una mala pasada. Se detendría en cualquier momento. Apreció un intenso dolor en el medio del pecho, imaginó una explosión, abandonó la lucha, apoyó su frente contra el lavatorio aterrorizado. Esperó la llegada de un golpe atroz, sintió una pequeña señal de electricidad en el medio de la columna. Una fuente enorme de energía que le tocaba un punto, luego otro y se deslizaba hacia arriba. Irrumpió el calor, la lucha entre la vida y la muerte. Levantó la cara, miró al espejo, volvió a ver su reflejo y, mas atrás, esos ojos color miel, ese rostro poblado de lunares, esa sonrisa perfecta, esa mano que había acariciado levemente su espalda y ahí si pudo escuchar: “¿Estás bien?”.
Quiso contestar. Se dio vuelta, la abrazó, la besó, la descubrió. Pudo sentir el calor en su pecho, el aire entrar en sus pulmones y en los de ella. Se sorprendieron sonriendo, mirándose.
Pensó en cerrar sus ojos pero se detuvo, apartó el cabello que cubría el cuello y ese lunar que había elegido, temió no encontrarlo. Se paralizó por unos segundos; sus dedos temblaron mientras terminaba de apartar algunos pelos rebeldes. Volvió su alma cuando pudo verlo pequeño, amarronado. Lo acarició y volvió a besarlo. O lo besó por primera vez.

3 comentarios:

  1. sabes que es mi favorito!!!

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  2. Dijo Antoine De Saint- Exupery "Amar no es mirarse el uno al otro: es mirar juntos en la misma direccion"

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