sábado, 7 de noviembre de 2009

PREGUNTAS Y RESPUESTAS

Sus ojos se movían de derecha a izquierda como imposibilitados de fijar un punto en el espacio, queriendo abarcarlo todo. “¿Que pasa?”, preguntó él. “Quiero mirarte los dos ojos y si los dejo quietos solo veo uno”, le respondió. Comprobó que era cierto.
En su mirada ella encontraba la tranquilidad anhelada.
Ambos comenzaron a observarse y a buscar una señal. Sintieron -al mismo tiempo pero separados- angustia. El temor a ser abandonados.
Hicieron el amor como siempre, pero con la fogosidad de la última vez. Apretaron sus cuerpos con la intención de fundirlos.
Antes de apagar la luz, ella inquirió: “¿Me vas a dejar?”. “¿Vos?¨, respondió él. “Posiblemente”, respondieron al unísono. Y callaron.
En la oscuridad ambos conservaban los ojos abiertos, contenían la respiración, esperando que la luz de la mañana se presente.
Ninguno pudo dormir analizando como recibirían la noticia de que esa relación, que alguna vez creyeron eterna, estaba concluida. Ensayaron discursos, frases, respuestas a preguntas concretas: “¿La amo aún?”; “¿Podré vivir sin su compañía?”; “¿Me amará o solo será un capricho?”; “¿Podré corresponder a su amor toda mi vida?”; “¿Querrá tener hijos conmigo?”; “¿Nos divertiremos cuando seamos viejos?”; “¿Podré adaptarme a su vida?”.
“Por supuesto, la amo con toda mi alma”; “No”; “Veo sus ojos y se que me ama profundamente”; “Si”; “Porque no y, además, que importa. Mientras quiera estar a mi lado”; “Si estamos juntos vamos a estar bien”; “Nuestras vidas serán una”.-
En algún momento ella escuchó en medio de la noche “no” de los labios de su compañero.
Esa palabra podría responder diversas preguntas. Imaginó que respondía a: “¿La amo aún?”. Lloró hasta que las lágrimas le sellaron los ojos.
Él, aterrorizado, escuchó como lloraba. Entendió que le costaba tomar la decisión. En su cabeza sólo retumbaba su ultima pregunta: “¿Me vas a dejar?”. Sus labios volvieron a decir “no” en voz muy baja.
A la mañana siguiente, cuando despertó, ella ya se había marchado, convencida de que no podría vivir con una persona que no la amaba.
Tomó el teléfono, marcó el número y dijo: “Podrías haber esperado a que me despierte, quería responder a tu pregunta”. “Lo hiciste”, dijo ella. Y colgó.
Lloraron y, con el tiempo, olvidaron las preguntas que se habían hecho aquella noche, pero jamás las respuestas.

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