viernes, 10 de julio de 2009

LA GALERA

El sueño y la vigilia tienen pequeñas diferencias aquí. Primero me costaba tragar las pastillas, ahora, por más que lo intento, no puedo dejar de hacerlo.
Cada tarde me siento en el jardín, observo el paisaje: en el fondo hay un paredón gris donde crece una enredadera que en esta época del año esta seca.
Todavía la recuerdo. Diviso su silueta varias veces al día. En realidad, es la forma de su pelo, semejante a la copa de un árbol la que suele confundirme. O al menos así lo creo.
No estoy seguro, pero me parece que es ella la que aparece constantemente. Nunca termina de desvanecerse, siempre esta presente en mi mente.
Hoy, luego de mis lecturas (llamo así a recordar las que solía hacer porque aquí no me dejar tener libros), me senté en el banco de madera; pude lograr que pusieran uno en la galería luego de varias semanas de presentar cada mañana una nota firmada y sellada, entre otros, por Napoleón Bonaparte y Maradona. No había tragado ni la azul ni la roja, solo la amarillenta se deslizó por mi garganta porque es muy pequeña.
Mi enfermero, Pedro, bajó las escaleras mirando a los costados y comenzó a caminar hacia la salida. Sacó un cigarrillo del bolsillo, lo encendió nerviosamente, dio dos pitadas y lo aplastó en el césped.
A lo lejos, detrás de una de las hojas de metal, pude ver una silueta que se asomaba. Se ocultó cuando me vio. ¡Era ella! Me sorprendí creyendo que había cumplido su promesa de venir a rescatarme. Acomodé mi cabello y mi ropa. Permanecí sentado, no tuve fuerzas para levantarme.
El hombre de blanco estaba por llegar a la puerta cuando ella ingresó. Casi rozaron sus cuerpos. Logró pasar y caminar unos pasos en dirección a la única parte de la enredadera que conservaba hojas verdes. Se escondió.
Me moví apenas hacia la derecha para intentar ver la escena.
Pedro se quedó parado en la entrada. Tal vez esperaba a alguien. Nervioso, no paraba de poner y quitar sus manos de los bolsillos.
Ella sacó un cuchillo. Nunca creí que llegaría tan lejos; debía matar a más de veinte personas para rescatarme. Evidentemente no era la forma.
Resolví delatarla aunque sabía que era mi única salvación. Intenté moverme pero mis piernas estaban atrofiadas. Quise gritar, llamar la atención del pobre hombre. No nos separaban más de diez o quince metros, un solo gesto hubiese bastado para que su metro noventa y sus doscientos kilos pudieran reducirla. Arrojé mi galera hacia la enredadera.
Nada escucharon. El verde se tiño de colorado.
Me incorporé apoyando la totalidad de mi cuerpo en los brazos. Creo que perdí el equilibrio y caí.
No puedo precisar que pasó. No me dejan salir a la galería. Desde la ventana del frente alcanzo a ver mi galera tirada en el medio del jardín. Hay una mancha cerca de la puerta y allí, bajo la enredadera, debe estar el cuerpo y el arma. Me avisaron que Pedro se ha ausentado de su puesto. Sin aviso.

1 comentario:

  1. Medio raro. No se si está mas loco el autor o el personaje

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