domingo, 22 de agosto de 2010

ELLA

Abrió. Cerró rápidamente. Estaba allí. No la había visto pero sintió su presencia. ¿Es invisible? Recordó, otra vez, lo sucedido. El pecado, para su hermano cura. Lo imperdonable, según su esposa. Aquello de lo que no volveremos a hablar, para su amigo. Sobre lo que no declarará, en el lenguaje del abogado. La coartada o el mecanismo justificador de sus actos volvió a aparecer. Emerge como cierto, lo cree. La creación de la verdad. Vuelve a abrir. Cierra nuevamente con violencia. ¡No debería existir!, grita. Integra su estructura. Ingresó en su vida cuando era pequeño. Sus padres y maestros se la presentaron. Eterna. Las lecturas de la juventud. En la adolescencia la sorprendió en retirada. Volvió poco tiempo después con más fuerza. Ordenando su vida, haciendo la existencia pesada. Años huyendo pero ella sigue allí. Abre y cierra rápidamente porque siempre está. Como un castigo. La representa más pequeña en algunas ocasiones pero jamás desaparece. Sabe que, en definitiva, debe estar donde está. Entiende su obstinación. Espera que un día, el olvido llegue. O el perdón. Duda. Toma su cabeza con fuerza. La aprieta, la exprime. ¿Está aquí?, se pregunta. Las lágrimas caen. Los músculos se aflojan y el dolor llega. El miedo. La ignorancia. Tiembla sin frío. Transpira. Se oculta detrás de su expresión y su sonrisa. Habla de las noticias del día, del clima. Querría volver a abrir. No se anima. En estos días, cuando con pánico se encierra, desea el final. Sabe que solo la muerte puede alejarla. Planea. Escribe una carta.

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