sábado, 1 de enero de 2011

Lo inasible


Mágicamente, volví a encontrarla. No recuerdo el motivo que nos distanció. En realidad, no quiero hacerlo; aunque sé que ella, en cualquier momento, lo hará.
Pensar, figurarme el momento en su compañía, divisar su cuerpo, su rostro, la presencia de su espíritu, era algo que se había tornado habitual y me resultaba agradable.
Su perfume era, tal vez, el que usaban todas las chicas de su edad. Lo mismo puedo decir del peinado y la ropa. Pero su energía era otra, me atraía.
Estoy enfermo, muy enfermo. Ella lo debió presentir. Escribió “no pasará nada que no tenga que pasar”. Leí pausadamente. La frase retumbó en mi cabeza. Volví a sentir la angustia de las almas destinadas. La presencia del rencor. Luego de ese largo silencio que llena mis horas, supe comprender que tenía otro significado, un trasfondo metafísico. Entendí que lo decía para que me sintiera mejor. Para que recuperara las fuerzas.
Necesitaba que me recuerde. De ese modo o de otro, ¡qué importa! Se había casado y estaba embarazada; su capacidad amorosa estaría colmada pero, sin embargo, estábamos conectados.
Me coloqué los anteojos y observé sus facciones, como tantas veces lo había hecho. En detalle. Repasando cada centímetro de piel. Lo inasible.
Comencé a llorar. Otra vez el nudo en la garganta. Temblé como hago cada vez que siento que se me escapa la vida, que se escurre, que lo virtual y lo real se confunde y se torna omiso. Dejé que su rostro desapareciera en el espacio sabiendo que, cuando quisiera, podría hallarla, y evocarla sin temor al reproche.

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