lunes, 11 de enero de 2010

LAS HERMANAS DE FABI

Caminó bordeando la plaza de los artesanos con timidez. Se detuvo en uno de los puestos y le pidió a un hombre calvo con anteojos circulares que escriba, en el llavero que sostenía en su mano izquierda, “te amo”.
Recordó el cabello largo y lacio de su amada. El atuendo holgado y la cartera de cuero marrón. Las sandalias atadas a lo largo de la pierna. Esa sonrisa perfecta, el olor a jazmín.
Reconocerse enamorado le había costado varios meses. Nunca antes había experimentado esa sensación. Primero le solicitó que cuando se refiriera a él utilizara la expresión “mi novio”, luego le dijo que la amaba más que a nadie y un viernes por la tarde, con la solemnidad del caso, la llevó a conocer a su madre.
Ella, que en muchas ocasiones hablaba en tercera persona, decía: “el novio de Fabi tiene una madre encantadora” y anotó en un árbol del parque: “Fabi ama a Quico”.
Solían caminar mucho, hablar. Ambos se encontraban a gusto conversando de diversos temas, disertando sobre política, filosofía y literatura con los escasos conocimientos que poseían del colegio secundario. Comenzaban a conocerse.
Aquel viernes, luego de salir del departamento de la madre del novio de Fabi, hablaron de la familia. De aquella que Fabi decía no tener. “Vivo con mis hermanas”. Quico, que consideraba a la familia un ámbito de contención, le preguntó sobre ellas pero sólo encontró respuestas evasivas.
En poco tiempo el tema se convirtió en obsesión. Hablaban de cualquier cosa menos de las hermanas. En ningún momento de la conversación aparecían y, si Quico intentaba conocer algún detalle, Fabi callaba.
“¿Qué sucede con tus hermanas?”, inquirió Quico una tarde.
“Nada”
“¿Por qué nunca hablas de ellas, por qué no me las has presentado?
“Por ningún motivo en especial. ¿Seguimos caminado?”
“Quiero conocerlas”.
“No”
“¿Por qué?”
“No quiero”
“Yo soy tu novio, necesito saber sobre tu familia”
“Mi relación con ellas es muy compleja”
“¿Que tienen?”
“Grandes pechos. Gabriela es rubia de ojos celestes expresivos. Daniela es morocha con labios carnosos, charlatana. Nunca se ponen de acuerdo. Me tratan mal, son envidiosas. Gabriela le envida a Dani la boca y Daniela a Gaby los ojos. Se pegan, no tienen otra forma de comunicarse. Yo no tengo problema en que vengas a casa y las conozcas, te van a asustar y me vas a dejar de querer.”
“Eso es imposible, vamos”.
Caminaron callados.
Quico no pudo evitar la fantasía de conocer a sus futuras cuñadas. Admiraba la belleza de su novia. Pero todavía retumbaban en su cabeza: “grandes pechos”, “pelo rubio”; “ojos celestes”; “labios carnosos”. Pudo comprender que Fabi estuviera celosa, posiblemente no se sintiera tan linda.
Entraron a la casa. Un pequeño departamento de tres ambientes. En el comedor había una mesa con dos sillas. Un sillón y un televisor apagado. Fabi colgó su abrigo sobre otro.
“¿Querés tomar algo?” Fabi abrió la alacena y tomó uno de los dos vasos que asomaron. Quico comenzó a mirar el departamento en detalle. Todo lo que había era para dos. Platos, vasos, tasas, sillas, abrigos. Temió que la relación de las hermanas las haya llevado a ignorar a Fabi. Vio tres paraguas.
Cruzaron sus miradas, ambos estaban nerviosos. “¿Querés conocerlas?”. Tomó su mano y lo llevó hacia la habitación. Tocó la puerta levemente. “Chicas, traje a mi novio”.
“Pasá Fabi, que Gabi tiene los ojos bien abiertos”, se escuchó desde el otro lado. La puerta se abrió.
Un cuerpo de grandes y desproporcionados pechos se asomó. Ojos celestes, pelo rubio. Labios carnosos, pelo negro. Dos manos se levantaron y señalaron una silla. Fabi trajo galletitas. La boca comió y habló mientras los ojos observaron al hombre inmóvil. Luego de unos minutos, Quico quiso salir. Fabi lo siguió esperando la sentencia.
“Entiendo porque tienen dos sillas y tres paraguas. Entiendo por qué se pegan. Comprendo que no me hayas querido presentar a tu hermana.”
“Mis hermanas”, corrigió Fabi.
Quico quiso comprender, mientras caminaba hacia su casa, que la cabeza le da entidad a la persona y que el hecho de tener un solo cuerpo, una sola boca y un solo par de ojos no las convertía en una.

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