domingo, 4 de agosto de 2013

MINIFID


 

Enciendo el celular, su luz tenue ilumina apenas mi cuarto. La noche está oscura, sin luna. Cierro los párpados, disco su número, espero que atienda, escucho su voz suave y gruesa de sueño. Corto. Repito la acción dos veces y luego me duermo en silencio con los ojos envueltos en lágrimas.

Desde hace varios meses se que duerme con el teléfono pegado a la oreja, que espera mi llamado, que moriría por saber que estoy del otro lado y que la amo; cambiaría su mundo por mis palabras. Pero entiende que las cosas no han salido bien y se conforma con ese silencio que le doy; esa ausencia de palabras llena de sentimientos, colmada de amor.

Ni siquiera podría decirle donde me encuentro. “Lejos” podría pronunciar, “Bien”, “Trabajando”, “Ocupado”, “Si, te amo”, “Yo también te extraño”. Cada día tendríamos la misma conversación. Por ello opto, optamos, por el silencio, por no decirnos lo que sabemos a cambio de sentirnos cerca  algunos segundos.

Si los objetivos se cumplen, esta semana termina todo. Para mi y para los cuatro mil minifid que se encuentran conmigo.

Soy organizador de nuevos pueblos. El último que monté, cerca de las montañas de basura, funciona relativamente bien. Cien muertos la primera semana, tres días en la tapa del matutino más importante; luego paz y armonía, tal como lo había pronosticado.

Mi profesión no es bien vista en éstas épocas, antes podría decirse que alguien con mi cargo estaría en un puesto elevado de la escala social. Claro, cuando era preciso organizar la civilización éramos necesarios, luego, ya sin las urgencias, pasamos a ser unos desalmados y adquirieron mayor importancia los médicos que solucionaban los problemas de infertilidad de la población y los ingenieros que podían idear construcciones en el agua o en la tierra apta.

De todas maneras se que dependen de mi, que sin gente como yo, no existiría la humanidad. El mundo ha evolucionado y parece haber olvidado que vivimos una era nuclear, que los ríos se contaminaron, que existe muy poca agua potable y que los alimentos alcanzan para unos pocos. La basura ocupa tanto lugar que ya no hay tierras firmes donde asentarse. La epidemia, de una manera u otra, nos ha afectado a todos. Hoy resuenan algunas voces que intentan volver a implantar la democracia, esa forma de gobierno que en nada nos ayudó cuando sobrevino el caos. Los jóvenes ya se han olvidado de lo que hizo este gobierno por nosotros. Es cierto que podíamos sobrevivir algunos y la selección natural existe y es necesaria.

La organización no puede depender del azar y todo debe premeditarse, la ley es la ley, aunque nos parezca inhumana debemos acatarla y entender que si no obedecemos al gobierno volveremos a estar sumidos en la guerra y en la confrontación tecnológica. Por suerte, los buenos hemos vencido y tenemos una nueva posibilidad. Mi función es correcta y necesaria.

Los nuevos pueblos requieren de un gran esfuerzo de mi parte, me dedico día y noche a pensar quienes son los que merecen vivir o morir; trabajar, servir o mandar. Una tarea difícil. Algunos de los sobrevivientes son revoltosos.

Con el traje me siento seguro. No debo tocarlos. Solo los oriento, les digo dónde pueden buscar los desperdicios y una vez cumplido el programa de esterilización regreso a donde pertenezco: junto a mi mujer, mis hijos y mi padre.

Cuando el gobierno decidió eliminar a los que sobraban todos estuvimos de acuerdo, pero ahora las cosas cambiaron: algunos sobrevivieron, mutilados, llenos de rencor. Las asociaciones de derechos humanos, dijeron que los que no habían muerto luego de la explosión debían seguir viviendo. Se organizarían poblaciones y se le llevarían los desperdicios de la gran ciudad. Esterilizados, mal alimentados y sin posibilidad de respirar aire puro, los mas fuertes, morirían en meses o años.

Soy solo un instrumentador de una política que buscó salvarnos. El mundo no es tan grande y los recursos son escasos.

De todas maneras, si bien hago lo correcto, tengo miedo. Se que mi traje me protege,  que mis soldados están alerta ante cualquier ataque minifid, pero ¿quien vive seguro con estos indeseables? Estas personas no tienen nada que perder, no poseen familia ni futuro; son feroces y nos odian.

Sin embargo soy optimista, en algún momento comprenderán que algunos tenían que morir para salvar a los demás. No hay que ser egoísta. Los mejores sobrevivimos. Ahora podemos construir un mundo nuevo. Sin ellos lograremos subsistir, seguir tomando agua y comiendo carne.

Se que mis soluciones son transitorias y, tarde o temprano, volveremos al mismo lugar, cumpliremos el ciclo, el péndulo tocará un lateral y se abalanzará violentamente contra el otro y la escasez llegará como a lo largo de toda la historia.

Espero que la próxima aniliquilación masiva sea dentro de muchos años, que se acuerden de lo que hago por ellos y no me elijan como un nuevo minifid.

 

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